Las mentiras del rescate
Acaban de rescatar a la economía española y parece como si fuera lo mejor que nos podía haber pasado. Es más, se ve que el horizonte está ya tan despejado que el presidente del Gobierno no ha dudado en coger el avión oficial, ese que pagamos entre todos, para escaparse por la tarde a Polonia a ver el fútbol y volver por la noche, que ya sabemos que es tiempo de pedir sacrificios y hay que dar ejemplo.
Antes ha dado una rueda de prensa para engañar como un bellaco a los ciudadanos, en la misma línea de lo que ayer hizo De Guindos al anunciar que no nos habían rescatado, que nos habían concedido un crédito en condiciones muy favorables (tal cual, que yo lo vi). Vamos, que podía haber dicho que nos había tocado la lotería y no por ello la nariz le hubiera crecido más.
Sí, ambos nos han engañado alevosamente y, si no, que expliquen, al menos, tan sólo lo que sigue.
En primer lugar, mientras niegan que haya sido un rescate recurriendo a eufemismos esperpénticos, tratando de alejar el fantasma de la intervención que tuvo lugar en Grecia, Irlanda y Portugal, desde el Eurogrupo no han dudado en señalar que, junto a la intervención directa sobre el sistema bancario y financiero, se monitorizará el grado de cumplimiento de las reformas estructurales y los avances en el proceso de estabilización fiscal de la economía española. Es decir, las directrices y recomendaciones europeas adquirirán a partir de ahora rango de orden directa y, si no, al tiempo: a ver cuánto tardamos en ver una subida del IVA, una nueva reforma laboral o la prolongación de la edad de jubilación.
En segundo lugar, porque es prácticamente imposible que se pueda reestructurar a las instituciones financieras en problemas y, al mismo tiempo, el dinero del rescate se utilice para la expansión del crédito a empresas y familias. No se puede recortar al tiempo que se crece: o una cosa o la otra. Así que lo primero que impondrán los “hombres de negro” será un recorte en el ratio de créditos sobre depósitos y eso, guste o no, se llama profundización en la restricción del crédito, es decir, más estrangulamiento financiero y, por tanto, mayor recesión, desempleo y pobreza.
Y, en tercer lugar, gran parte del dinero que se utilice para reestructurar el sistema financiero -que, por cierto, cada vez que se disponga del mismo pasará a incrementar la deuda pública del Estado, socializándose así el problema bancario, y deberemos pagar los intereses correspondientes al 3% (los bancos pagan el 1% al BCE, dicho sea de paso), que repercutirán sobre el déficit-, acabará siendo pagado por todos y cada uno de nosotros. La razón es muy simple. El dinero dispuesto deberá devolverse en el plazo de tres años por las instituciones financieras que lo soliciten o, en su defecto, por el Estado, pero resulta que dentro de dos años y medio, nuestros bancos tienen que devolver al BCE más de 250 mil millones de euros. Ya me contarán de dónde va a salir el dinero para un reembolso que, en el peor de los escenarios, sería del 35% del PIB de una economía en recesión.
Así que si esto no es un rescate que vamos a acabar pagando entre todos mientras vivimos en un país intervenido es que, probablemente, yo me he caído de un guindo. ALBERTO MONTERO