Me lo han preguntado mucho, por activa y por pasiva: ‘¿Qué opinas de la Economía del Bien Común?’.

En el fondo, fondo, fondo, el mensaje de la Economía del Bien Común (EBC) es de una lógica aplastante: un acto económico ha de estructurarse de tal modo que beneficie a la mayor cantidad de población posible, y no sólo dinerariamente, sino también en forma conceptual; y no sólo pensando en el presente, sino adoptando una proyección de futuro; y, también, no sólo desde una perspectiva microeconómica, sino también macroeconómica. ¿Alguien puede estar en contra de algo así?. Lo que resulta extraño es que algo tan puro y evidente sea ahora cuando haya saltado a la palestra y no haya sido el leit motif de nuestro proceder económico y social desde siempre; ¿no?.

John Kenneth Galbraith estuvo pregonando toda su vida que era necesario, imprescindible y lógico que el Estado interviniese en la Economía porque existen una serie de bienes -‘públicos’, los denominaba- que a la iniciativa privada no interesa producir ni comercializar, o sí les interesa pero a unos precios imposibles para la mayoría, por lo que sin la presencia de Estado, o no se producirían o sólo serían accesibles para unas minorías. Y sin embargo, a quienes eso argumentaban, desde finales de los 70 se les hizo más bien poco caso, sobre todo en algunas latitudes. Cuando Galbraith dijo eso la ECB no había sido inventada, pero, ¿no pueden encontrarse vínculos entre uno y otra?, luego, ¿por qué Galbraith no y la EBC sí?.

La ECB, además de sus vertientes social, ecológica, colectiva, empática, etc. etc., tiene otra de la que se habla poco, mejor dicho: casi ni se menciona: su abandono de la idea de que el individuo es importante per se y la adopción de que el valor del individuo se halla en función de su interrelación con otros; justo lo opuesto de lo que hasta ahora se nos ha estado diciendo: lo importante es que cada uno llegue a lo máximo que pueda llegar y que llegue como sea: si la caga, que se responsabilice de sus actos.

Además, hasta ahora lo necesario era ‘ser más’, ‘ir a más’, ‘llegar más lejos’; siempre, constantemente, y utilizando todos los medios al alcance (o inventando medios nuevos aunque nadie tuviese NPI de sus consecuencias). Con la ECB eso no sucede: se llegará hasta donde se pueda llegar en base a las circunstancias, en función de los demás, y tomando criterios de ámbito general, no particular.

Y lo más importante: hasta ahora el mensaje era claro: ‘Has de tener mucho, y si lo quieres lo tienes porque te vamos a dar los medios para que lo tengas’. Con la EBC eso deja de ser así: ‘Has de tener lo conveniente, lo que te puedas permitir, pero siempre que no afecte negativamente al conjunto’.

Todo muy lógico, pero, ¿por qué ahora?.

Pienso que la EBC lleva en sus cromosomas un principio muy claro del que no se dice nada porque es feo, sobre todo lo es en base a lo que hasta ahora y como hasta ahora se ha vivido: el conformismo: has de actuar, consumir, invertir, comerciar, … de forma que lo que hagas sea positivo para el conjunto porque va a ser absolutamente imposible que lo hagas de otra manera debido a que 1) los recursos son escasos, y 2) no vas a tener medios más que para hacer aquello que sea imprescindible.

¿Suena a imposición?, no, ¡que va!. Se trata tan sólo de reajustes que orienten una visión ahora -¡ahora!- considerada egoísta, perniciosa, equivocada, hacia una perspectiva de conjunto: verdaderamente global. Claro que algún precio habrá que pagar: puede que sólo dispongas de 50 l de gasolina al mes y a un precio elevadísimo, pero será por el bien común; y sí, tal empresa tiene unas condiciones legales muy ventajosas para organizar el horario, la ubicación mundial y la remuneración de sus trabajadores, pero es que lo que fabrica es de interés general; y cosas así.

Es decir, pienso que la EBC es parte de la justificación filosófica de hacia dónde nos dirigimos: un escenario orientado mucho hacia la supervivencia, con carencias inimaginables hace cinco años, con licencias impensables hace cuatro (al menos en ciertas zonas), con expectativas muy limitadas. Para aceptar algo así sin tener que recurrir a medidas represivas de una ferocidad inimaginable contra las personas de más de 25 / 30 años que recordasen y hubiesen vivido aquel pasado (que jamás volverá), hacía falta una serie de mensajes suaves, nuevos, diferentes y que pusieran el acento en otro sitio. Como decía, pienso que la EBC es parte de esa filosofía.

O sea, que, pienso, vamos a oír mucho sobre ella; puede que no con ese nombre (personalmente lo encuentro bastante ñoño, pero bueno) aunque su trasfondo será el mismo: ‘deja de soñar, de pensar y de pedir aquello porque no será; ahora has de tener claro que sólo eres importante en base a, y por los, demás. O sea que confórmate porque aquello que viviste ya es imposible’. (Pienso que la ‘C’ de EBC es la de ‘Conformismo’; lo que no es ni bueno ni malo, es lo que ahora ha de ser).

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull. Lacartadelabolsa