¿De dónde venimos?

Pues venimos de una fase maravillosa en la que todo era posible gracias a una cosa llamada ‘crédito’.

Una cosa que era concedida por quien tenía potestad para hacerlo, pero tras esos conseguidores de sueños y de deseos siempre había una entidad financiera, porque conceder crédito equivalía a ‘dar’ dinero, lo que ponía en marcha un proceso de endeudamiento para el recibidor de ese crédito y otro de crecimiento para quien lo concedía porque para esa entidad tal crédito era un activo que permitía hacer cosas.

Durante unos años se fue a más, todo era posible y todo era importante porque todo favorecía el crecimiento de forma que cualquier acción que se emprendiese suponía un aumento productivo y, obviamente consuntivo. ¿El divorcio de un matrimonio?, positivo: dos ajuares, dos equipamientos, dos viviendas. ¿La inversión?, imprescindible: una máquina orbital con pasos cuánticos para mecanizar microesporas de Iridio: da igual que se subutilizase: lo importante era tenerla. ¿La obra pública?, ¡cómo no!, aunque una estación de AVE fuese utilizada, de media, por quince personas al día: había que hacerla para que un político se hiciese una foto y para que una urbanización (que nunca llegó a concluirse) ofreciese proximidad a alguna parte.

De ahí, y de más sitios, venimos. Y fue fantástico. Y decir que tal o cual tuvieron la culpa es absurdo porque todos, de algún modo nos beneficiamos de aquello. Pero sobre todo no tiene sentido maldecir lo que se hizo porque, pura y simplemente, no había alternativa: a mediados de los 70 el modelo que se puso en marcha tras la Depresión supuso que ningún límite se dibujaba en el horizonte; en nada y para nada. En los 80s empezó a vislumbrarse que cada vez hacía falta menos factor trabajo para producir una unidad de PIB. En los 90 empezó a masificarse el crédito y en los 2000 llegó su crecimiento exponencial. Hasta que se agotado la capacidad física de endeudamiento. Y en esto estamos.

 

¿Hacia dónde vamos?

Cuando un modelo se agota otro nuevo se pone en marcha: la crisis (sistémica) de 1873 agotó el modelo al uso y uno nuevo se fue diseñando hasta que en 1885 se puso a pleno rendimiento; modelo que se agotó en la Depresión (otra crisis sistémica) y que llevó a la puesta en funcionamiento del que oficialmente aún es nuestro modelo, hasta que los diversos planes E que a lo largo y ancho del mundo se fueron poniendo en marcha a partir de la quiebra de Lehman demostraron en el 2010 su imposibilidad de revertir un proceso inevitable desencadenándose otra crisis, sistémica, claro. ¿Qué modelo vendrá ahora?.

Tiene que ser un modelo que administre la escasez una vez asumido que la abundancia fue un mito que ya no es; un modelo que busque la optimización de unos recursos que son muy limitados; un modelo que se base en la productividad, no en la producción por la producción; un modelo que persiga la eficiencia, que se sustente en la coordinación y en la colaboración y no en el hiperindividualismo que ha regido el modelo actual hasta que se ha puesto de manifiesto que el todo es mayor que la suma de las partes; un modelo que supere conceptos políticos ya superados: ¿en qué se parece hoy el actual entorno social y económico al del siglo XIV, momento en el que el concepto de Estado que conocemos es inventado?.

Claro que un cambio de ese calibre, al margen de que es duro porque es profundo, tiene consecuencias. Las que tuvo el paso del modelo que entró en crisis en 1929 fueron expansivas: todo era importante, todo lo ha sido; las que llegarán con el nuevo serán contractivas: lo necesario será lo que sea importante. Y lo expansivo siempre es más bonito que lo restrictivo.

 

¿Quiénes somos?

Somos unos bichos metidos en una nave llamada Historia, y esa nave va recorriendo procesos, procesos denominados sistemas. Desde principios del siglo XIX el sistema por el que estamos transitando es uno basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la existencia de trabajo asalariado, en la confianza de que un marco jurídico defenderá la libertad que para operar se necesita, … Y mientras se transita en el sistema nos manejamos con modelos que no es la forma como el sistema manifiesta su operativa en cada momento.

Lo que estamos viviendo es muy complejo, pero antes de nosotros otros lo vivieron, y otros lo vivirán después. Es la evolución, y en esa nave todo evoluciona, siempre, constantemente.

Cuando esta crisis sistémica acabe haremos las cosas de otra manera porque el modelo será otro, pero el marco de referencia, el sistema de momento continuará siendo el mismo; hasta que cambie, que lo hará. Ese marco antes fue de otras maneras: ¿en qué se parecen los principios con los que ahora vivimos a los de la época feudal?; en nada, pero eso ya es otra historia.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull. La carta de la bolsa