¿Que nos depara el futuro?
¿Aumentará el nivel de vida a escala mundial, así como actualmente los países pobres están logrando grandes avances, gracias a las tecnologías, para alcanzar a los países más ricos? ¿O se deslizará la prosperidad entre nuestros dedos al incitarnos la avaricia y la corrupción a agotar los recursos vitales y degradar nuestro medio ambiente, del que depende el bienestar humano?.
Esto es lo que se pregunta Jeffrey Sachs, Profesor de Desarrollo Sostenido en la prestigiosa Universidad de Columbia. El imperativo mayor que afronta la Humanidad es el de lograr un mundo de prosperidad en lugar de un mundo en ruinas.
Como una novela con dos posibles finales, la nuestra es una historia que está por escribir en este siglo. No hay nada inevitable en la ampliación –o el desplome– de la prosperidad. El futuro es –más de lo que creemos (o tal vez queremos reconocer)– una cuestión de elección humana y no mera predicción.
Pese a la actual crisis en Europa y en los Estados Unidos, el mundo en desarrollo ha mantenido un rápido crecimiento económico. Mientras que, según los pronósticos del Fondo Monetario Internacional, las economías avanzadas crecerán tan sólo un 1,5 por ciento en 2013, el crecimiento de los países en desarrollo, según las proyecciones, alcanzará el 5,6 por ciento. Se espera que las economías en desarrollo de Asia, que son ahora las impulsoras del mundo, crezcan un 7,2 por ciento y la producción del África subsahariana aumentará un sólido 5,7 por ciento.
Lo que está sucediendo es sólido y claro. Las tecnologías que en otro tiempo se daban sólo en los países ricos ahora pertenecen al mundo entero. La cobertura de teléfonos portátiles en el África subsahariana, por ejemplo, ha pasado de casi ningún abonado hace veinte años a unos 700 millones en la actualidad y esos teléfonos están contribuyendo a que la banca, la atención de salud, la educación, el comercio, los servicios estatales y el entretenimiento lleguen a los pobres. Dentro de unos años, la inmensa mayoría del mundo tendrá acceso inalámbrico a la banda ancha.
Sin embargo, hay también otra realidad. El año pasado fue el más caluroso de los registrados en los Estados Unidos. Las sequías afectaron al 60 por ciento, aproximadamente, de los condados de ese país, incluidos los estados-granero del Medio Oeste y de las Grandes Llanuras. En octubre, una excepcional “supertormenta” arrasó la costa atlántica en torno a Nueva Jersey y causó pérdidas que ascendieron a unos 60.000 millones de dólares. En 2012, los problemas climáticos –inundaciones, sequías, olas de calor, tormentas extremas, incendios forestales en gran escala y demás– asolaron también muchas otras partes del mundo, incluidas China, Australia, Asia sudoriental, el Caribe y la región africana del Sahel.
Esos desastres medioambientales están produciéndose con una frecuencia cada vez mayor, pues los causan en parte acciones humanas, como, por ejemplo, la desforestación, la erosión de las costas, la contaminación en gran escala y, naturalmente, las emisiones de gases que causan el efecto de invernadero y que están cambiando el clima del mundo y acidificando los océanos. Lo nuevo es que azotes como el cambio climático –hasta hace poco considerados una amenaza futura– son ahora peligros claros y presentes. Los científicos han dado incluso un nombre a nuestra era, el Antropoceno, en el que la Humanidad (“anzropos” en griego) está teniendo repercusiones en gran escala en los ecosistemas del planeta.
En eso estriba nuestro gran imperativo: el que determinará si seguimos la vía de la prosperidad o la de la ruina. Los países en desarrollo que crecen rápidamente no pueden, sencillamente, seguir la vía del crecimiento económico que los países ricos actuales siguieron. Si lo intentan, la economía mundial impelerá el planeta hasta que sobrepase sus condiciones de funcionamiento con seguridad. Aumentarán las temperaturas, se intensificarán las tormentas, se volverán más ácidos los océanos y se extinguirán las especies en cantidades enormes al destruirse sus hábitats.
El caso es que la Humanidad afronta, sencillamente, una alternativa ardua. Si las tendencias actuales de crecimiento de la economía mundial continúan, afrontaremos un desastre ecológico. Si la economía mundial abraza un nuevo modelo de crecimiento –que emplee las tecnologías avanzadas, como, por ejemplo, los teléfonos inteligentes, la banda ancha, la agricultura de precisión y la energía solar–, podemos extender la prosperidad y al tiempo salvar el planeta.
Yo llamo el de “seguir como hasta ahora” el modelo de crecimiento actual; en cambio, el modelo de crecimiento mediante la tecnología inteligente representa la opción en pro del desarrollo sostenible. Seguir como hasta ahora puede funcionar durante un tiempo, pero acabará mal, mientras que la vía del desarrollo sostenible puede propiciar una prosperidad a largo plazo.
Entonces, ¿qué será necesario para escribir un final feliz? En primer lugar, debemos reconocer que, como sociedad mundial, tenemos que elegir. Continuar como hasta ahora es cómodo. Creemos que lo entendemos. Sin embargo, no basta: con nuestra trayectoria actual, la prosperidad a corto plazo entraña el costo de muchas crisis futuras.
En segundo lugar, debemos reconocer los nuevos instrumentos y tecnologías potentes de que disponemos. Ahora, gracias a las tecnologías avanzadas de la información –computadoras, cartografía por satélite, elaboración de imágenes, sistemas expertos y demás–, disponemos de los medios para obtener más alimentos mediante cultivos con menos daños medioambientales, mejorar la salud pública tanto para los ricos como para los pobres, distribuir más electricidad con menos emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero y hacer más vivibles y saludables nuestras ciudades, aun cuando en los próximos decenios la urbanización haga aumentar sus poblaciones en miles de millones.
En tercer lugar, debemos fijar objetivos audaces para los próximos años: para extender la prosperidad y mejorar la salud pública sin por ello dejar de salvar el planeta. Hace cincuenta años, el Presidente de los EE.UU. John. F. Kennedy dijo que debíamos ir a la Luna, pero no porque fuera fácil, sino porque era difícil: puso a prueba lo mejor de nosotros. En nuestra generación, el desarrollo sostenible será nuestra prueba, al fomentar la utilización de nuestra creatividad y los valores humanos para crear una vía de bienestar sostenible en nuestro atestado planeta, que está en peligro.
Me siento orgulloso y honrado por que el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, me haya pedido que contribuya a movilizar a los expertos del mundo con vistas a lograr ese objetivo. Los mayores talentos de nuestras sociedades –en las universidades, las empresas, las ONG y en particular entre los jóvenes del mundo– están dispuestos a afrontar nuestras mayores amenazas y se están uniendo a la nueva Red de Las Naciones Unidas de Soluciones para el Desarrollo Sostenible. En los próximos meses y años, esos dirigentes compartirán sus visiones de una sociedad mundial próspera y sostenible.
Fuentes: Jeffrey Sachs, Profesor de Desarrollo Sostenido en la prestigiosa Universidad de Columbia, Carlos Montero – La carta de la bolsa