La ruptura del euro es inevitable
Roger Bootle es un antiguo profesor de la universidad de Oxford y economista jefe de HSBC, que ahora dirige Capital Economics. Personalmente, es uno de los gestores más intuitivos que he conocido en mi vida. Predijo el estallido de la burbuja tecnológica –compartíamos ideario en aquellos momentos-, y anticipó la caída del sector de la vivienda a nivel global.
Por esto y por muchas otras cosas, cuando Bootle hace una predicción merece la pena escucharle. Bien, pues Roger Bootle cree que es inevitable una ruptura parcial de la zona euro, y que se van a producir grandes cambios en la moneda única. Así lo recoge el analista financiero Shawn Tully en una reciente entrevista que realizó en Fortune.
Tully señala que en julio Bootle y su equipo ganaron el prestigioso premio Wolfson Economics por proporcionar la mejor respuesta a la siguiente pregunta: “Si estados miembros dejan la Unión Económica y Monetaria Europea, ¿cuál sería la mejor manera de gestionar este proceso?”. En un informe de 114 páginas, “Dejar el Euro: Guía práctica”, Bootle ofrece un modelo práctico de que debe hacer una nación para salir de la moneda común.
Este trabajo tuvo gran aceptación, pero también gran polémica. Aunque Bootle no duda en defender su postura. “El euro es una máquina de crear depresiones. Los políticos siguen tirando dinero para apoyar a naciones más débiles con problemas de deuda. Nunca hablan de restablecer el crecimiento. Lejos de ser un desastre, una ruptura del euro es la única manera de traer de vuelta el crecimiento y sacar a Europa de este lío. Esto puede suceder muy pronto”.
Las autoridades siguen adoptando un enfoque diametralmente opuesto, afirma Tully. Casi sin excepción, los líderes políticos europeos y los reguladores apoyan fuertemente la supervivencia del euro y, en general afirman que una ruptura traería el Armagedón económico.
Los continuos rescates únicamente están ganando tiempo. Incluso los economistas que temen una ruptura del euro admiten que probablemente vaya a pasar con el tiempo a menos que Alemania y otras naciones saludables proporcionen un apoyo mucho mayor a sus vecinos más débiles. «Europa necesita una forma de deuda compartida por todos los miembros de la eurozona», dice el economista griego Yanis Varoufakis. «Si eso no ocurre, la zona euro probablemente se disolverá».
La apuesta aquí es que Bootle está en lo cierto y que el euro se romperá en los próximos años. El resultado será muy desordenado en el período inmediatamente posterior, trayendo graves dificultades a los países que salgan. Una serie de quiebras, por suspensión de pagos de la deuda soberana, y el pánico temporal en las bolsas mundiales. Pero el dolor de una ruptura va a suceder de todos modos si las naciones débiles permanecen en el euro. Simplemente se extenderá durante varios años, y resultará mucho peor. Como argumenta Bootle, Europa debe elegir crecimiento, y una división en el euro va a traerlo de vuelta a una velocidad sorprendente. Vamos a utilizar el informe como guía de cómo podría producirse una ruptura exitosa.
Las naciones más débiles del continente no pueden resolver sus dos grandes problemas si permanecen en la moneda común. El primer problema es aquel al que se refieren la mayoría de políticos y reguladores: el enorme exceso de deuda soberana, superior al 100% del PIB en países como Grecia e Italia. Pero el segundo es aún más importante. Los PIIGS – Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España – sufren de una drástica pérdida de competitividad, ya que se enfrentan con un excesivo coste de producción, sobre todo en comparación con Alemania. Esta disparidad ha diezmado los fabricantes en España e Italia que luchan por competir con las importaciones.
La fuente principal de la brecha competitiva es la impactante divergencia en los costes laborales entre dos zonas de Europa, que llamaremos el «núcleo» y los países «periféricos». De 1999 a 2011, los costos unitarios de la mano de obra – los salarios y las prestaciones necesarias para producir un coche o un ordenador – se elevaron un 4,3% al año en España, un 3,4% en Italia y un 4,1% en Irlanda, en comparación con un aumento del 0,9% anual en Alemania. Esto deja a los países de la periferia con una brecha de competitividad del 30% al 40% vs los países centrales, según la estimación de Bootle. Como resultado, las exportaciones italianas como porcentaje del total mundial pasaron del 5% a finales de 1990 a alrededor del 2% el año pasado.
Si se quedan en el euro, los países periféricos deben resolver su problema de competitividad a través de la austeridad – dejando que el alto desempleo reduzca los salarios, aumentando los impuestos y reduciendo radicalmente el gasto público. «Ese proceso podría llevar 10 años», dice Bootle. Peor aún, la deuda y los pagos de interés se mantendrían en euros y seguirían aumentando, mientras que los ingresos fiscales caerían. Sería casi imposible que esas naciones puedan pagar sus deudas y permanezcan en la eurozona. «El BCE ha estado apoyando a los bancos de los países débiles», dice Charles Goodhart de la London School of Economics. «La garantía es en gran parte sus bonos soberanos. Si hay un default, todas las ayudas a los bancos cesarían, provocando su colapso».
Una salida inmediata podría resolver tanto los problemas de deuda, como los problemas de competitividad de una sola vez. Bootle cree que es probable que los países periféricos comiencen a salir uno por uno. En su estudio, concluye que a pesar de que la legalidad de una salida es borrosa, podría justificarse en virtud del derecho internacional ya que sería esencial para la supervivencia económica de un país. Tampoco se requeriría la aprobación del Parlamento antes de la salida. Esto es importante, dada la necesidad de mantenerlo en secreto.
Así es como podría funcionar si, por ejemplo, España decide retirarse.
El gobierno anunciaría la decisión el viernes, poco después de que el primer ministro y el gabinete tomaran la decisión. Esto indicaría que antes de las 12:01 am del lunes todos los salarios, depósitos bancarios, pensiones, y los precios se restablecerían en pesetas en una proporción de 1-a-1 con el euro. Durante el fin de semana, todos los cajeros automáticos y sucursales bancarias se cerrarían y no se permitiría las transferencias electrónicas, para evitar que los ciudadanos muevan el dinero, digamos, a Suiza antes de la conversión. Bootle recomienda que los países que salgan inicien la impresión de billetes y monedas sólo después del anuncio. Mientras tanto todas las operaciones serían a través de tarjetas de crédito o de prepago en efectivo. Los euros también serían aceptados como efectivo por un período fijo. A partir del lunes por la mañana, el euro haría su debut como moneda extranjera. Su valor se elevaría bruscamente contra la nueva peseta.
¿Y el tema de la deuda? Bootle aconseja a las naciones que la redenominen en moneda local. La redenominación realmente equivaldría a una suspensión de pagos, ya que los acreedores extranjeros tendrían grandes pérdidas. Bootle aboga por ir más allá. Él quiere que las naciones que salgan cesen inmediatamente todos los pagos de intereses y exijan una rebaja de la deuda hasta un manejable 60% del PIB. Entre la devaluación y la quita, la mayoría de los acreedores perderían el 70% del valor nominal de los bonos. Bootle argumenta que su valor original es pura ficción de todos modos y un default de esa magnitud es inevitable.
En cuanto al sector privado, Bootle recomienda redenominar los préstamos de los bancos afectados en la moneda local. De lo contrario, su capital, y todos los préstamos internos, se evaporarían. Para las empresas, los préstamos se mantendrían en euros. Naturalmente, una multitud de empresas no podrían pagar su deuda con los ingresos en moneda local que ahora vale mucho menos que el euro. Esta es quizás la parte más difícil de la salida del euro. Las bancarrotas se multiplicarían.
Bootle no prevé que los países centrales abandonen el euro. De hecho, se prevé que Alemania, Países Bajos, Austria y otros países del norte de Europa mantengan el euro en su propia zona de moneda única – un resultado que puede causar que el euro se fortalezca con el tiempo frente al dólar y la libra esterlina.
Una salida traería un aumento de la inflación en los países que acaban de salir del euro, dado que los costes de las importaciones aumentarían. Por lo tanto, los salarios subirían también, aunque menos que los precios debido al gran número de trabajadores desempleados. Como resultado, Bootle calcula que sería necesario una gran devaluación de la nueva moneda: La moneda griega tendría que caer un 55%, la de España e Italia un 40%, y la nueva libra irlandesa un 25%.
Las naciones que salen sufrirían varios meses de disminución del crecimiento y aumento del desempleo. Los mercados bursátiles mundiales se desmayarían. Pero al igual que ocurrió en la Argentina después de que su moneda se devaluara hace una década, la economía comenzaría a crecer de nuevo dentro de un año, impulsado por la fortaleza de las exportaciones. Alemania sufrirá los efectos de una moneda debidamente valorada que dañaría sus exportaciones. Pero también se beneficiaría de los precios de importaciones más bajas y del crecimiento de sus vecinos del sur. Carlos Montero – La carta de la bolsa