Se le conoce como Memorandum of Understanding, es decir, una especie de contrato en el que dos partes acuerdan algo, de ahí su traducción: ‘de entendimiento’. ¿De entendimiento?.

Los MoUs son papeles que firman dos sujetos que ni remotamente se hallan en la misma situación: uno pide, implora, precisa, necesita; el otro tiene (o se le supone que tiene y por tanto se acepta que tiene) y por lo que puede prestar, ceder. El que precisa está dispuesto a todo para que se le de, por lo que firmará lo que se le ponga delante porque le va en ello la supervivencia; el otro, el que tiene, pondrá condiciones, exigirá lo que quiera porque sabe que el que pide está desesperado.

Dicho así suena brutal, ya, pero no se crean, con muy buenas formas es lo que sucede. Ese papel no se firma en un almacén cochambroso de un muelle fuera de uso, se firma en despachos cuyos suelos cubren moquetas de un palmo de grueso y se rubrica entre sonrisas, sobre mesas de alto diseño con utensilios de escritura que cuestan el salario medio mensual de un trabajador. Pero el fondo es el que es: una lista de condiciones que quien presta impone al prestatario, condiciones que detallan qué puede hacer y qué no, así como los tempos de cumplimiento y las consecuencias del incumplimiento.

El que da, quienes dan, saben que pueden exigir lo que quieran con la seguridad de que será aceptado, pero también saben algo más: que esos pedigüeños pueden ponerles en un brete y causar un desaguisado, mayor cuanto más grandes sean, un brete que podría poner en evidencia que, en realidad, ellos, los que dan, no están tan bien como parece que están y como se quiere aceptar que están, porque, ¿qué es lo que en realidad dan quienes dan?, pues básicamente dos cosas: tiempo y bits.

‘Memorándum de Entendimiento’. ¿De entendimiento?. Nuestra era es la de las palabras diferentes a los hechos: el colmo: ‘Haz lo que digo, no lo que hago’, dice el refrán. Nuestra era es la de digo algo que es conveniente decir cuando se dice aunque después vaya seguido de hechos opuestos a lo dicho. Y eso sucede una vez, y otra, y otra más. ‘Memorándum de Entendimiento’. Aunque en realidad, lo es: dos partes entienden que a una no le queda otro remedio que dar a fin de evitar un desastre, y la otra no tiene otra opción que estrujar lo poco que le queda a fin de asegurarle a quien da la recuperación de una parte de lo conseguido. ¿Las consecuencias de tal aceptación?, ¿qué consecuencias?.

Entendimiento. Lo importante es que nadie se moleste, que las cosas se digan suavemente y que se recojan aún más suavemente. Dijo Frau Merkel el pasado Lunes 17 de Septiembre que “países como España (…) experimentan un crecimiento de las exportaciones y en el mercado laboral industrial” (El País 18.09.2012, Pág. 21). Alemania -ni nadie- quiere que se produzcan tensiones, luego apunta opciones y posibilidades: realidades parciales: ¿qué exporta España?, ¿qué zonas en España exportan?, ¿qué tendencia apuntan las exportaciones españolas?, ¿dónde crece el mercado laboral industrial?.

A lo del decir y hacer ahora se añaden las formas. Sonrisas y buenos pareceres; y cero tensiones. En el fondo es un arte: decir que no, que no a un fondo de garantía para los bancos europeos y decirlo sonriendo, con buenas palabras y mejores gestos.

Y seguimos con las formas. Habrán oído y/o visto el famoso vídeo de Mr. Romney en el que califica de dependientes del Estado a casi todos los que votaron al actual presidente, y, entiendo, todo casi todo aquel que a lo largo de la Historia haya votado al Partido Demócrata ya que si de generar dependencia acusa el candidato republicano al actual Presidente USA, imaginen de que podría acusar a otros presidentes demócratas en el pasado cuando el pobre modelo de protección social USA era más amplio que el actual. Lo que no entiendo es de qué se disculpa Mr. Romney.

MoU o no MoU el hecho es que se dice una cosa y se hace otra, pero se dice suavemente, y si no, si sale a la luz, se matiza. En esto estamos.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull. La carta de la bolsa