Lo de antes, ya saben: entrar en una oficina bancaria a pedir un folleto y salir con un crédito; haberte cambiado el coche hace dos años y volvértelo a cambiar porque ya no te gustaba el color; ir de vacaciones a las Maldivas porque tus vecinos han ido a las Seychelles; comprarte un triplex porque tu colega se ha comprado un dúplex; no escoger en una carta de vinos ningún caldo posterior a 1995; considerar a Hermes, Guzzi, Valentino y Bulgari como parte de tu entorno; y cargando todo eso, absolutamente todo, a cuentas vinculadas a créditos que se iban ampliando y renovando como las hojas caen en Otoño. Eso, lo de antes, no va a volver.

El problema es que en momentos como los actuales en los que lo dicho en el párrafo anterior suena a hechos acontecidos en el Paleolítico, pueden aparecer figuras que a través de fórmulas diferentes sugieran que es posible, sino retornar a aquello, sí hallar atajos que nos conduzcan a mejoras espectacularmente rápidas con respecto a la situación actual. Fórmulas que, aunque con fundamentos totalmente opuestos, estarían en la línea de aquel ‘Bajar impuestos es de izquierdas’.

Es un problema porque voces como esas pueden obtener audiencia debido a una razón muy simple: esas voces hablan a humanos y los humanos, por el simple hecho de serlo, huyen del dolor y buscan el bienestar, y esas voces sugieren que es posible retomar el segundo y abandonar el primero, y no es así porque es imposible: esas voces -y su color político es indiferente: las hay de todos los colores- hablan de retomar un camino que pertenece al decorado en el que transcurría el modelo económico-político-social que, al agotarse, ha entrado en crisis, luego no es posible trazar un camino similar en el nuevo decorado que se está construyendo y en el que transcurrirá el nuevo modelo.

Es decir, la crisis: esta crisis, se ha producido como consecuencia del agotamiento del modelo anterior, lo que esas voces están diciendo equivale a que en 1933, en lo más duro de la Depresión, se hubiese dicho que era una solución volver a las jornadas laborales de catorce horas diarias y con salarios por debajo del nivel de subsistencia. No, ¿verdad?. La pregunta, entonces, es, ¿y qué pretenden?.

Pienso que, o bien puede tratarse de un producto más de esa Fábrica de Sueños en la que llevamos metidos desde hace unos meses: ‘la salvación está en el turismo’, ‘la solución está en las exportaciones’, ‘el problema del paro se resuelva con ‘movilidad temporal’ de los jóvenes hacia Alemania’, ‘menos ‘austeridad’ es el camino’, ‘lo que hay que hacer son ‘reformas’’, … y a la que, pienso, le quedan tres telediarios. En esa línea esas voces irían por el camino de ‘es posible hacer algo que nos mantenga donde estábamos’; un mensaje, agradable y atrayente. La otra opción iría por el lado de la política: vender algo que se sabe va a gustar independientemente de que sea objetivamente posible. No sigo por aquí porque saben que no hablo de política.

Es justo al revés. Pienso que lo que ya habría que haber hecho es retomar aquella famosa frase de aquel no menos famoso discurso que Sir Winston Churchill pronunció en el Parlamento británico el 13 de Mayo de 1940: “I have nothing to offer but blood, toil, tears, and sweat”, acompañado de una organización exquisita de lo poco con que se cuenta, y arrasando las malas administraciones y los despilfarros que pudieran producirse. (Hace gracia leer sobre la cumbre europea del pasado día 22 dedicada al fraude, a los paraísos impositivos y a la ingeniería fiscal. ¿Se quiere de verdad acabar con todo eso?. ¡Por favor: mis alumnas y alumnos saben cómo hacerlo!, y las consecuencias de hacerlo).

Sir Winston Churchill. Salvando todas las distancias que quieran y evidentemente sin sangre ni bombas, esta, la actual es una economía de guerra. La escasez es la realidad: la escasez; y en esos márgenes hay que moverse.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.  Lacartadelabolsa