-Hace unos días me contaron una historia, con principio y fin. De un tirón, me la contó una persona joven; con fuerza; con expresividad. Resumo.

Hace unas semanas hice un casting para una obra de teatro. Me cogieron en el casting y nos mandaron un email diciendo que serían 26 horas a la semana y 900 euros limpios al mes. Un trabajo sencillo por las noches que me permitía compaginarlo con mis otras cosas por las mañanas .

La cosa es que una semana antes de estrenar nos llamaron para empezar a explicarnos las cosas que debíamos hacer y empezar a cargar cajas. Ya ahí vimos que de actores íbamos a tener poco, pero bueno. No obstante, como teníamos que ir 1h y media antes a preparar los utensilios, vestirnos y todo eso y otra media después de la función para recoger y limpiar, las horas de trabajo se iban a alargar cada día entorno a las 2h. Ya no serán 26 sino 32 a la semana, pero bueno, OK, podíamos aceptarlo.

Sin embargo el segundo día que fuimos a cargar y organizar, de pronto vimos que en el planning de trabajo colgado ponía que habría semanas donde habría 3 días seguidos doble función, es decir, que las horas semanales ya iban a llegar a más de 40. Empezó todo a oler mal. Nos dieron de alta en la seguridad social un día después de empezar a trabajar, pero pedíamos el contrato y siempre había excusas para traérnoslo.

Finalmente el día que se estrenaba la obra, 30 minutos antes de empezar, nos dieron el contrato. Allí ponía que eran 26h semanales y en ningún momento detallaba el salario a pagar en números sino que decía claramente ‘se pagará por convenio’. No solo eso, sino que para ahorrarse pagarnos las funciones extras no nos contrataban como actores. Unos cuantos hicimos saltar la alarma, otros firmaron a pies juntillas, y dijimos que no eran 26h reales sino 40. Que eso nadie nos lo había dicho, y que si había doble función queríamos que se nos pagara más porque habría más beneficio.

No aceptaron y nos pidieron que no les dejáramos colgados ese día, que ya había público. Como buenas personas nos quedamos. Nos trataron como estúpidos (y no hay nada que me de más rabia) y decían ‘no dijimos que fueran 26 h, sino un contrato tipo 26 h’. Yo les dije que un contrato «tipo 26h» no existía, que eran 26 o eran más. ‘Es que si os pagan más sería una barbaridad lo que habría que pagar a la seguridad social’, llegaron a decir.

Empezamos a trabajar con público todavía sin firmar el contrato y sin zapatos. Es decir, el productor no quería comprarnos los zapatos (ya habíamos dejado siquiera de ser actores para parecer las chachas del lugar, porque hacíamos de todo menos actuar). Me acerqué a los productores: ¿oye, qué pasa con nuestros zapatos? ‘Comprároslos vosotros’.

Tras una semana trabajando sin querer firmar el contrato esperando a que ‘nos dijeran algo’, me llaman a la oficina. Yo pensé: me van a largar. Está claro. Así que entré en la oficina. Efectivamente, sacaron excusas para largarme. Me extendieron un papel que decía ‘despido por baja productividad’. Cuando leí eso exploté y les rebatí todo aquello que me decían para echarme. A mis peticiones para que me lo aclarasen respondían: «No tengo por qué darte explicaciones, es mi empresa si te quiero echar te vas”.

Y entonces salió a relucir lo de mis quejas por los zapatos, mis quejas de las funciones extras… Estaba claro. Me decía: «¿Tu quién te crees que eres para pedirme zapatos? » o «Mira, es que esto es lo que hay, que si tu no quieres trabajar la cola del paro es larga». Me decía: no van a ser 40h de trabajo. Y yo: ¿Ah no? ¿Quieres que te enseñe las cuentas?. Él: dónde las tienes?. Yo: en un papel en mi cartera, las tengo calculadas . Él: ¡Que no! ¡Que no quiero ver nada!

Qué rabia, cómo juegan con las necesidades de las personas… Y claro, yo ahora mismo no tengo necesidades y puedo permitirme reclamar, pero juegan con que la gente necesita trabajar para sobrevivir, que necesita cualquier poco dinero porque no tienen otra cosa. Y ellos se lucran a tu costa, sin escrúpulos.

Me echaron (me pagaron esa semana, eso sí) y eso hizo a mis demás compañeros tener miedo y terminar firmando ese contrato sin sentido.

¿Qué le iba a decir?. Cierto: es el ‘Yo, ¡por menos!’ de la I Revolución Industrial. Lo peor del caso es que estoy convencido de que esa compañía no se forra, o sea que, en el fondo es la economía de la miseria. Y es como entonces porque, como entonces, y aunque por causas distintas, sobra trabajo.

Sospechoso fue que cuando realizaran la contratación no os dieran ya el contrato, ni que se comentase qué ropa de trabajo era necesaria, ni las condiciones de trabajo. Además, fíjate la causa de que te echasen: baja productividad: algo imposible de demostrar en un trabajo como ese, pero es muy contundente.

Vaya panorama, ¿verdad?.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull. Lacartadelabolsa