Hace varias semanas, Europa entró oficialmente en una doble recesión, España se mantiene en su particular depresión, y en base a varios indicadores económicos secundarios, incluso el principal motor económico de Europa, Alemania, está a punto de marcar un crecimiento económico negativo.

Las razones del lamentable estado macroeconómico de Europa son numerosas, pero se reducen a dos principales: i) los enormes desequilibrios externos entre las naciones Eurozona, junto con la imposibilidad de devaluar la moneda común, ya que ello significaría un fracaso y el colapso de la unión monetaria común, y ii) una necesidad desesperada de la periferia para recuperar la competitividad frente a Alemania (a través de los salarios y los costes laborales) con el fin de reducir una tasa de desempleo (en general, pero especialmente de los jóvenes) que ni siquiera los expertos más optimistas se atreven afirmar que sea sostenible.

Dicho de otro modo, la mayoría de países europeos (entre ellos, Francia) se enfrentan a una desesperada necesidad de una devaluación externa, lo cual es imposible en una unión monetaria, dejando sólo la devaluación interna como una opción. Aquí es de donde viene el concepto tan denostado de la austeridad: desde un punto de vista macroeconómico, la austeridad no es tanto un ejercicio de moderación en el ritmo de aumento de la deuda (ya que ni España ni Italia han reducido su tasa de emisión de deuda), sino de forma gradual ganar competitividad frente a con Alemania, señala Tyler Dunde. Este es un resultado clave que se necesitará para que la zona euro tenga alguna posibilidad de supervivencia, es decir, la reducción del desempleo desde unos niveles que aseguran «disturbios» en los meses y años venideros si no se rebajan.

Y aquí radica el problema: porque mientras las protestas contra la «austeridad» (que, como hemos observado recientemente aún no ha sido realmente implementadas en Europa, y mucho menos en Portugal o en España) son un hecho cotidiano en la mayoría de los países PIIGS, «todavía no hemos visto ni el principio».

La razón: para lograr el inevitable reequilibrio macroeconómico, y para cerrar la brecha entre los costos laborales elevados de la periferia y los de Alemania (ver gráfico a continuación), la mayor parte de los países europeos tendrán que ver como se desploman los salarios, entre un 30% y 50%, para compensar la imposibilidad de devaluar la moneda. Y sí, esto incluye a Francia.

 

Huw Pill, analista de Goldman, se hace la siguiente pregunta: Para los países de la zona euro a los que nos referimos, ¿Cuál tendrá que ser la depreciación del tipo de cambio real (el cual (para recordar) dentro de una unión monetaria (en una primera aproximación) es un recorte salarial relativo) se requiere con el fin de establecer una posición externa sostenible?

Los resultados de este ejercicio se muestran a continuación.

 

De todo se concluye que la devaluación interna para corregir los desequilibrios existentes implica la necesidad de una fuerte rebaja de salarios y ajustes de los costos. Para los países periféricos pequeños y vulnerables (Grecia y Portugal), tendríamos que ver caer una caída de los salarios de al menos un 50% con respecto a Alemania (desde su nivel a comienzos de 2011), si este mecanismo fuera el único para restablecer la sostenibilidad externa. Para los países más grandes y ricos como España y Francia, las reducciones salariales relativas (sobre una base comparable) tendrían que ser del 30% o mayores.

Lo cual plantea la siguiente pregunta: ¿cómo reaccionarán los trabajadores que tanto ha sufrido en Grecia, España e Italia (y también en Francia), cuando se den cuenta de que todavía no hemos visto nada de la devaluación interna necesaria?

En otras palabras, ¿qué sucederá cuando los salarios españoles desciendan de un 30%, como tiene que pasar si la zona euro sobrevive? Como alternativa, si no hay reducción de costes laborales, el desempleo continuará durante muchos más años y veremos unas tasas de paro crónicas por encima del 25%. Lo más triste es que la realidad económica, independientemente de lo que nos dicen los indicadores que los bancos centrales están manipulando, los desequilibrios europeos siguen deteriorándose a un ritmo rápido.

Y la paradoja es que mientras los indicadores del mercado no están parpadeando en rojo, ningún político tiene la necesidad de promulgar las leyes necesarias para solucionar el problema de fondo, ya que la misma situación dará lugar a un cese inmediato de su carrera política.

Sobra decir que ni siquiera Goldman cree factible que los trabajadores griegos y españoles se tomen amablemente otro recorte salarial de entre el 30-50% y que eso podría conducir a nada menos que a una revolución. Y la alternativa: pedir a Alemania que suba los salarios y sean flexibles ante el aumento de la inflación, es igual de ridículo.

La única buena noticia hasta la fecha, si se puede llamar asEspaña í, es que España ya ha tomado algunas medidas modestas para hacer frente a la devaluación interna. No obstante, la otrora nación AAA, y ahora bastión del socialismo resurgente, Francia no lo ha hecho. Y de ahí la reciente controvertida portada de The Economist criticando la falta de acción política en Francia.

En definitiva, los desequilibrios internos, en ausencia de ajustes cambiarios, sólo se podrán abordar a través de una fuerte caída de los costes laborales y los salarios. Fuentes: Tyler Durden, Carlos Montero – La carta de la bolsa