«Me llamo Marta y trabajo en una sucursal de un importante barrio madrileño. Soy directora de oficina de uno de los dos grandes bancos españoles (esto es realidad, no es fantasía).

Mi evolución en esta entidad ha sido, como la de casi todos, de menos a más, pero con la única formación profesional y educacional, por decirlo de algún modo, que te brinda el contacto con los clientes, con los hombres de negocio y, claro está, con lo que cada uno pongamos de nuestra parte, respecto a mejorar contenidos, a evolucionar en el campo de las finanzas y de los productos financieros.

La vida en una sucursal bancaria suele ser monótona: siempre ejecutamos las órdenes que vienen de arriba. Hoy vendemos seguros, mañana, bonos, luego pagarés, más tarde Bolsa y, ahora, preferentes y demás productos financieros sofisticados, que nadie entiende y que, además, conducen a engaño. Ni las preferentes son preferentes, ni las obligaciones obligan a nada, ni la renta fija es renta ni fija, ni los seguros son los que aseguran, ni los fondos garantizados garantizan nada y, así, sucesivamente. Algunas veces, no hace mucho tiempo, también hemos vendido sartenes, televisiones y cuberterías. Una de mis peores experiencias fue hace unos años, justo unos meses antes del estallido de la Gran Crisis Financiera. El banco nos obligó, por aquél entonces, cuando todo el mundo hablaba de Bolsa, a vender (comercializar) Bolsa a nuestros clientes. No tenía ni puta idea (con perdón) de lo que era la Bolsa. tampoco la tengo ahora. Pido perdón por mis fechorías, como perdón pidió un colega de Bankia en la junta de accionista de la entidad a sus clientes…»

«¿Qué cómo salí del paso vendiendo Bolsa? Entré en la cuenta de un ejecutivo, que operaba en Bolsa a través de nuestra sucursal. Sí, traspasé la frontera de lo prohibido: compraba lo que él compraba, pero con dos días de retraso y lo mismo hacía a la hora de vender. El retraso en las ventas ocasionó fuertes pérdidas a mis clientes, a los que yo asesoraba. Eran momentos de enorme volatilidad. Lo pagué caro: ya no ascendí más y muchos inversores se quedaron atrapados en acciones, que, al día de hora, diez años después, apenas valen algo….»

«Lo mismo ha sucedido con los bonos patrióticos, los bonos no patrióticos, la Deuda Soberana, los seguros, los fondos de inversión y demás abalorios financieros. Desde aquí pido perdón. No tengo más cosas que contar…» La carta de la bolsa